Mitológicos

Mitología e inteligencia creadora

¿Qué hace la cabeza de Medusa en el escudo de Atenea?

            Los artistas y los grandes pensadores de todas las disciplinas, utilizan la transducción como operatoria mental, como derrotero de su búsqueda y acción creativa y, en esas búsquedas, tocan –a veces placenteramente y otras de modo peligroso- los territorios mentales de la infancia, de los sueños, del delirio, de un mundo primitivo o de un pasado idealizado. Pero logran emerger de allí, auxiliados con las sabidurías del conocimiento estético, construyendo obras con bloques sensoriales y afectivos exóticos, capaces de sorprender al viajero común e invitarlo a detenerse en esas nuevas dimensiones recreadas con los materiales de un mundo olvidado, reinventado.

Las obras que se erigen mediante las operatorias de la transducción tienen un poder cuasi-hipnótico que encantan, que hechizan, con sus composiciones inéditas, al paseante distraído que las contempla (para continuar la metáfora cartográfica). Su potencia reside en la cualidad poética (de poiesis: invención-creación) de construir universos que remiten a esos paraísos perdidos y añorados, de la infancia, de los sueños, de un mundo primitivo, de un pasado siempre irrecuperable, o de un porvenir utópico. La obra le evoca al paseante esos lugares que ha entrevisto y ha olvidado; por eso lo detienen fascinado. Porque constituyen una evidencia de la existencia virtual, potencial, germinal, de aquellas geografías que se creían irremediablemente imposibles.

La inteligencia creadora. “La cabeza de Medusa en el escudo de Atenea”

            Atenea es la diosa griega de la sabiduría, también la consejera de los héroes en los campos de batalla, la protectora de las artes y las artesanías. Para los especialistas en mitología, sintetiza en sus cualidades a la inteligencia creadora.

La mente de Atenea es vigorosa y clara. Representa al genio de la victoria, pues sus ojos claros, de búho, saben percibir en cada momento cuál es la decisión adecuada y la aconseja para que los héroes la realicen con máxima virtud. La caracterizan entonces: una acción reflexionada, la prontitud y el vigor, la interminable voluntad de victoria.

Si se mira en Atenea la imagen de la inteligencia creadora, pueden analizarse algunas de sus notas distintivas.

En primer término, la inteligencia es andrógina, híbrida; conjuga en su modo de accionar lo masculino y lo femenino; incluye la diversidad, porque sólo así puede ser creadora.

Luego, se orienta por una meta, por un deseo: Atenea inspira la voluntad de la victoria; lo que le infunde valentía al héroe, en el campo de la acción. La inteligencia tiene, entonces, fines prácticos. Pero a estos nunca los logra con acciones intempestivas, sino mediante la prudencia, el consejo y el pensamiento ilustrado.

Es importante pensar, ahora, una condición fundamental de la inteligencia: su fuerza creadora o potencia de invención. Y, para ello, es preciso indagar un poco más en la imagen de Atenea y la intuición de los griegos. Entonces hay que formular una nueva pregunta, y las buenas preguntas suelen lograrse cuando la mirada se agudiza y se detiene en los detalles.

 ¿Por qué está la cabeza de Medusa en el escudo –la égida- de Palas Atenea?

 

La respuesta remite a la historia de Perseo:

Junto a su madre Dánae, Perseo fue arrojado al mar en una precaria embarcación por su abuelo Acrisio; éste pretendía evitar el presagio maldito que le advertía que su nieto acabaría por matarlo. El arca de madera en el que navegaban a la deriva fue a dar en la isla del rey Polidectes. Allí creció Perseo bajo los cuidados de Polidectes, quien pretendía casarse por la fuerza con Dánae. Viendo el rey que no obtenía resultado fingió que pediría la mano de otra doncella y pidió ayuda para conseguir los regalos a los hombres de su isla. Cuando se dirigió a Perseo con ese fin, éste le hizo una sugerencia casi imposible con tal de que Polidectes no pretendiera más a su madre: le prometió traerle la cabeza de Medusa. El rey, con tal de alejar a Perseo, tomó su palabra y lo instó a que se dirigiera al país de los Hiperbóreos donde residía Medusa junto a sus otras dos hermanas Gorgonas. Según Robert Graves (1998), la Gorgona Medusa tenía serpientes por cabellos, grandes dientes, la lengua saliente y una mirada que petrificaba a quien se enfrentaba a ella. Atenea, que era enemiga declarada de Medusa, ayudó a Perseo en su cometido. Le advirtió sobre el poder mortífero de la mirada y le regaló un escudo brillante que le permitía ver a Medusa a través de su reflejo. Hermes (el dios de los pies ligeros) le proporcionó una hoz diamantina con la que cortarle la cabeza. Mientras que Perseo, por su cuenta, debió conseguir tres elementos más: “un par de sandalias aladas, un zurrón mágico para guardar la cabeza cortada y el yelmo negro de la invisibilidad que pertenecía a Hades.” (Graves, 1998: 295). Cuando logró hacerse con todos los implementos necesarios para su misión, voló hacia las tierras donde estaban las Gorgonas. Al llegar las encontró dormidas “entre formas erosionadas de hombres y animales salvajes petrificados por Medusa” (Ibid.) Entonces, con la ayuda de Atenea, fijó los ojos en el reflejo del escudo para guiarse y de un solo golpe cortó la cabeza. Luego la guardó en el bolso de cuero (zurrón mágico) y se hizo invisible al colocarse el yelmo de Hades en su cabeza. Así emprendió el regreso, que estuvo interrumpido por diversos peligros; pero de todos los enemigos que encontró en su camino, incluso del mismo Polidectes, se defendió enfrentándolos a la cabeza de Medusa, que aún conservaba el poder petrificador en su mirada. Al final de todos sus trabajos, devolvió los instrumentos protectores a Hermes y le ofrendó la cabeza de Medusa a Atenea, quien la fijó en su escudo.

En “La muerte en los ojos” Pierre Vernant sostiene que el rostro de Medusa es una máscara que refleja la mirada de quien la ve. Es decir que funciona como un “doble”, como aquello siniestro que cada quien niega de sí mismo, reprime y expulsa fuera de sí, tratándolo luego como alteridad, como algo extraño. La mueca espantosa de Medusa despierta en quien la mira el terror ante una diferencia absoluta, radical, imposible de ser pensada; pero que no es más que el reflejo de lo reprimido que retorna. Debido a ese proceso inconsciente es que, quien la mira, se convierte en piedra. Medusa representa lo que ha de quedar oculto, fuera de escenario, lo obsceno (lo que debe quedar fuera de escena, según los griegos) y excluido.

Según Vernant, Medusa aparece en Grecia, a partir del Siglo VII a. C. con un rasgo que se repite: su frontalidad, la visión frontal de su rostro. Esta cualidad de su representación, haría referencia al poder de fascinación que puede ejercer sobre los mortales. La potencia monstruosa de su aspecto rompe todas las categorías lógicas; enfrenta al ser humano a una espantosa mezcla que combina la hermosura con la fealdad, la amenaza de sus cabellos serpentinos, la lengua colgando como un falo, a veces con cabeza leonina, con orejas bovinas o colmillos de jabalí. Desdibuja los límites en que lo humano se distingue de lo bestial. También por esto es que horroriza y petrifica: porque en su mirada refleja todo los devenires en que “lo humano” puede deformarse. El ser humano no puede enfrentarse directamente a aquello de sí mismo que lo horroriza, sobre todo a sus potencias aberrantes de muerte y destrucción

Medusa simboliza, entonces, lo que no se puede mirar, lo que no es visible y, a su vez, lo que no se puede representar verbalmente. “Gorg”, significa en sánscrito, ruido o grito salvaje.

Pierre Vernant destaca que los gritos agudos de las gorgonas son la expresión del lenguaje inarticulado. Es, por lo tanto, lo que en los procesos civilizatorios ha quedado fuera del discurso sistematizado; es lo que a la capacidad simbólica humana no le fue posible asimilar. Es lo que aún no ha podido ser nombrado ni encuadrado en las redes, en la trama del logos. Es lo inefable y lo invisible. Lo que aún no se puede decir con palabras, lo que aún no tiene forma ni imagen, porque ningún ojo humano ha sobrevivido para describirlo, para representarlo. Por eso mismo, permanece en las dimensiones de lo caótico, de lo reprimido y es, tal vez, el símbolo más puro del miedo.

La creación artística –y otros procesos creadores-, cuando buscan lo inédito, lo nuevo, lo sorprendente, deben sumergirse en el océano del caos.

Cuando de allí se emerge, si la tarea es exitosa, como la de Perseo –que logra, con los artilugios de Atenea, cortar la cabeza de Medusa y montarla en el escudo-, entonces limita al caos, nombrándolo o dándole imagen.

Medusa es lo horroroso, lo reprimido; pero cuando el arte lo muestra, capturándolo en formas visibles, audibles, comprensibles,  hace que su cabeza –ya no real sino especular y limitada ahora en el escudo- se convierta en un arma infalible que, protege del mal y la muerte. Esta es la propuesta del arte.

En Occidente, la lógica y la episteme, se fundan sobre los principios lógicos identitarios, que no toleran lo monstruoso o híbrido. Se concibe a la razón y, a su diosa Atenea, como a una entidad quieta. Pero Atenea no es la deidad de un cosmos inmutable. Necesita de las batallas, se enfrenta a lo híbrido, a lo diverso; porque su ansia es engendrar pensamiento donde aún no lo hay. Su sabiduría corre detrás y al ritmo de un devenir que todo lo transforma. Y el artístico escudo de la sinrazón y de lo enigmático la protege para enfrentarse a lo desconocido.

Atenea avanza con los poderes de la cabeza de Medusa; utiliza su mirada como escudo protector. Estos poderes son los que utiliza el arte (también  otros procesos de la invención humana que se enfrentan a la muerte o el caos como la ciencia). Poder de convertir en piedra, de petrificar, de dar una forma estable a lo horroroso, oscuro e inestable; para que pueda ser visto, ser nombrado; p ara que logre ser culturalmente compartido, expresado y elaborado. Sólo bajo una imagen estable el pensamiento podrá empezar su camino y habrá ganado para sí un símbolo que es defensa y arma.

Los pintores como Goya, como Otto Dix, como Picasso, que se atrevieron a mantener los ojos abiertos frente al horror de la guerra, generaron formas estables con las que la humanidad puede enfrentarse a semejante potencia destructiva, y a partir de esto, re-pensarla y cuestionarla.

Cuando Atenea, coloca la cabeza en su escudo, se cumple la transformación apotropaica: de la mirada destructiva de Medusa al escudo protector de Atenea[1].

Hal Foster (2008) sostiene que el escudo-espejo, llamado como “Gorgoneión” es una especie de proto-pintura, un primer prototipo de pintura que controla el poder de la irradiación –maléfica, insoportable- de lo real. Allí ocurre la transformación apotropaica de la mirada-arma en la de reflexión-escudo. Y señala que en esa transformación hay dos momentos claves:

– El primero es cuando opera el escudo de Perseo, reflejando la imagen de Medusa: Esto corresponde en el arte a un primer movimiento que es el de mímesis.

– El segundo, es el que implica la fijación de la cabeza de Medusa en el escudo de Atenea. Este acto recontextualiza el elemento mortífero de cabeza-mirada, y cambia con ello totalmente su función (la invierte: de destructora en protectora. Y esto es lo que quiere decir la palabra ya olvidada transformación apotropaica[2])

«Gorgoneión» Escudo de Carlos V – Obra de Filippo y Francesco Negroli (1541)

Sólo la forma “petrificada”, que el arte produce, puede ser examinada y explicada. Los artistas se atreven ante lo inefable y lo invisible; se sumergen “fascinados” en el caos de lo horroroso. Pero lo enfrentan con las fuerzas operantes del acto estético y componen de tal modo, que llenan de sentido lo que antes no podía ser pensado. Incluso tornan sublime, o notoriamente impactante, lo que previamente sólo había causado rechazo, repulsión, pánico u horror. El artista construye estéticamente coordenadas visuales, sonoras, significantes, con las que es posible adentrarse en los dominios de la oscuridad, de lo desconocido. La obra permite apropiarse de un espacio que había constituido el terreno de la alteridad, de lo ajeno.

Entonces se instala un nuevo cosmos o cosmovisión, que libera de la sensación de angustia que provoca un mundo inaccesible, inhabitable. Sólo así surgen la admiración, el estupor, la duda; puertas de acceso al trabajo sistemático del pensamiento filosófico y científico.

La inteligencia creadora necesita reunir todas las fuerzas del saber para poder reconocer los problemas, abordarlos y avanzar sistemáticamente hacia posibles nuevas respuestas, o nuevos mundos posibles.

La inteligencia creadora necesita integrar lo diverso, las potencias diferenciales del arte, de la ciencia y la filosofía. Cada una de estas formas de conocimiento aporta sus notas distintivas para el conocimiento de la realidad plena (mucho más profunda que la realidad que transitamos cotidianamente).

El arte, trabaja con perceptos y afectos[3], y mediante ellos componen formas que sensibilizan y conmocionan. Instala así una pregunta, una nueva perspectiva que desacomoda las estructuras previas. Allí el proceso puede continuar o por la vía filosófica o por la científica, o por ambas.

 

En la filosofía, la pregunta se radicaliza llegando al núcleo de los conceptos y la respuesta emerge siempre múltiple y compleja.

 

En la ciencia, las explicaciones sobre los principios y los modos de funcionamiento de los sistemas de referencia, demuestran los órdenes que se encubren tras el aparente caos que presentifica el arte.

 

Artes, filosofía y ciencias se complementan y potencian, dando lugar a la posibilidad de una nueva perspectiva de mirada.

Medusa (1631) Bernini, Museos Capitolinos

 

Bibliografía

Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1993) ¿Qué es la filosofía? Barcelona. Anagrama.

Foster, Hal (2008) Diosas prostéticos. Madrid. Akal/Arte contemporáneo.

Graves, Robert (1998) Los mitos griegos. Buenos Aires. Alianza.

Grimal, Pierre (1993) Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona. Ediciones Paidós.

Vernant, Jean Pierre (2001) La muerte en los ojos. Figuras del otro en la antigua Grecia. Barcelona. Gedisa.

[1] Cuando, Picasso, Goya, Dix o tantos otros artistas, “petrifican”, en sus cuadros, los horrores de la guerra, están, de algún modo, “siendo” sus obras, la Medusa “revelada”, expuesta a la mirada del mundo, arrancada de su cueva siniestra (la guerra), cumpliendo así la función apotropaica de aquella Medusa del horror vuelta escudo protector, escudo avisor y avisador. Advirtiendo, a los espectadores que las contemplan, conmovidos, emocionados, (impactados en sus emociones o “cuerpo vibrátil”) que debemos apartarnos de esos caminos del horror.

[2] En nuestras actuales culturas religiosas, en los casos de tener íconos protectores, como estatuillas o estampitas de santos, vírgenes, etc., no hay tal inversión de sentido. Simplemente se remeda lo que ya había sido bueno en el pasado, para que siga siéndolo y nos proteja tal bondad. En cambio en aquella función mítica griega (que hoy sólo conserva el arte) existía la transmutación de lo horroroso a protector. Y ello podía ser hecho a manos de un héroe con la ayuda de los dioses. Aquí podemos “seguir jugando” con los sentidos actuales del arte, de algún modo, heredados de aquellas culturas originales. (hay que decir que algunos ritos paganos de culturas indígenas podemos encontrar aún hoy, por ejemplo en danzas y macumbas, invocaciones e íconos de función apotropaica). Esto no hace sino seguir revelándonos la misteriosa ligazón que existe entre la magia y el arte. De esta misteriosa ligazón podemos inferir los poderes y la fuerza efectiva del arte pero que, a diferencia DE la magia que produce un supuesto acontecimiento supersticioso, el arte produce un acontecimiento de novedosa reflexión, generando un genuino espacio de libertad. NOTA: Esto será desarrollado más adelante en un capítulo titulado LOS PODERES DEL ARTE.

[3] En la concepción de Deleuze y Guattari